Tú eras un espejismo
dulce que se introducía en mí
como el veneno
que penetra suavemente,
sin avisar.
Y, cuanto más aspiraba de él,
más te sentía dentro de mis entrañas
y más deseaba estar contigo,
fundirme en el paraíso
que me mostrabas,
sin realmente abrírmelo.
Así estoy yo:
hundido en la profunda sima
de la más honda desesperación.
Pero qué digo:
acaso hoy no salió el sol,
no vino a mi frente un vientecillo
en la hora de más calor.
Truena en el bochorno
y se riega la tierra
y se refresca
para quedar como nueva.
Oigo otra voz,
no es la tuya
ni la de nadie,
es la mía
en la luna creciente
de la soledad.
.